Los adolescentes generalmente son vistos como un reto para los padres que llega incluso, a generar frustración. Para evitar el distanciamiento y favorecer una buena dinámica familiar es importante entender los desafíos a los que se enfrentan, así como también comprender su forma de pensar y sentir.
Para entender a un adolescente se recomienda tratar de pensar en su situación y entender que muchas de sus preferencias y deseos son producto de la edad y de todas las emociones que experimentan.
Tal vez lo primero que debamos gestionar es que como padres vivimos una pérdida, un duelo, la relación con nuestro pequeño o pequeña: esa niño o niña dulce que creía que éramos una especie de héroes con todas las respuestas; esa admiración que sentían y cómo nos querían imitar “yo quiero ser como mamá”; ese amor tan incondicional que nos mostraban en forma de tarjetas, dibujos, abrazos espontáneos…. Todo eso se ha ido. Ahora, nuestro adolescente, no quiere mimos, no necesita nuestros mimos para calmar el miedo o el dolor, ya no hay “besito en la pupa” ahora necesita espacio. Se aleja.
Como padres, podemos sentirnos rechazados pero ese cambio es un proceso natural, no es personal, no nos han dejado de querer, tan sólo necesitan otras cosas.
A los padres nos cuesta mucho entender al adolescente, pero es que ellos tampoco consiguen descifrarse muy bien a sí mismos, su cuerpo está en ebullición. Están en un proceso de búsqueda personal, ajeno a sus padres y es entre iguales, donde más reconocido se siente, por eso es tan importante el grupo y la relación social en esa etapa.
Debemos recordarnos que es una etapa transitoria pero no por ello tratarles de forma permisiva, aún no son adultos y necesitan directrices, aunque parece que no lo vayan a reconocer nunca.
Existen algunas claves para mejorar la convivencia, que los padres debemos gestionar para conseguir ese ESTAR PRESENTE, pero sin que llegue a suponer un rechazo por parte de los hijos.
- Despídete de tu bebé y valora a la persona que tiene delante. Es una suerte ver cómo tus hijos crecen, no nos dejemos llevar por la nostalgia y abracemos el cambio.
- Crear un ambiente de seguridad y empatía. Para que se abran, para que comuniquen deben sentir que están en un espacio seguro, sin juicios ni recriminaciones, un espacio que acompañe y consuele.
- No es tan difícil encontrar un foco con el que nuestro hijo o hija disfrute y podemos unirnos a él. Es importante que perciba que disfrutamos con su compañía y que hacemos el esfuerzo de adaptarnos a sus intereses. Una familia que se divierte unida será más capaz de gestionar los conflictos sin dejarse llevar por la ira.
- Respeta su espacio. Es normal que pase mucho rato solo en su habitación, no significa que nos rechace, es su lugar seguro. Necesita tener una “cueva” que suponga un refugio.
- No olvidemos las normas de convivencia, pero dejemos que tomen más decisiones. Quieren ser más autónomos y tener más libertad, nos toca sopesar como adultos, las batallas que merece la pena luchar y cuales son más negociables. Cuando les dejamos decidir, les estamos diciendo que confiamos en ellos y que les creemos capaces.
- Que sientan que los queremos. Es común en los adolescentes que crean que nos decepcionan, las discusiones, los nuevos hábitos…. Pueden llegar a percibir que nuestro amor está cambiando. Tenemos que asegurarnos de que sepan que somos su red de apoyo y que nuestro amor no está condicionado a su comportamiento.
El efecto “hoy en día” se caracteriza por creer que la juventud de ahora es peor que nuestra juventud, que tienen menos valores, menos respeto, son más vagos, más egoístas…. Pero esta afirmación ya estaba presente en los escritos de Aristóteles (384 a. C.-322 a. C.) “Los jóvenes de hoy no tienen control y están siempre de mal humor. Han perdido el respeto a los mayores, no saben lo que es la educación y carecen de toda moral.” ¿Llevamos casi 3.000 años pensando que antes era mejor?
La omnipresencia de las quejas sobre las generaciones más jóvenes a lo largo de los siglos y su trasversalidad a lo largo de diferentes culturas y épocas sugiere que en realidad no son peores, sino que se debe más bien a un sesgo en nuestra manera de verlas.
Tendemos a menospreciar a los jóvenes, parece que es un hecho, no lo hagamos con nuestros hijos e hijas. Sólo debemos cambiar el prisma y ver todo lo bueno que hay en ellos, limitándonos a acompañarlos en este cambio.